Domenico Starnone: “El pánico a la enfermedad nos hace caer en manos de imbéciles”

El napolitano Domenico Starnone se pone esta vez en la piel de un anciano artista en horas bajas a quien su hija deja a cargo de su nieto de cuatro años. El abuelo y el niño entablan una relación de entrada difícil y distante que dará lugar a situaciones a veces chuscas y en algún caso extremas. La interacción les cambia a los dos. No hay sentimentalismos pero sí mucha emoción. Es ‘El juego’ (Lumen), segundo gran relato centrado en la familia que el ganador del Premio Strega del 2001 (por ‘Via Gemito’) publica en España después de la también premiada ‘Ataduras’. Starnone habló con La Vanguardia del libro y de la crisis que atravesamos, entre otras cosas, a través del correo electrónico.

¿Cómo están usted y los suyos? ¿Cómo ha sobrellevado la pandemia?

Todos estamos bastante bien, al menos por ahora. En cuanto a la pandemia, he permanecido melancólicamente encerrado en la casa. Y las pocas veces que saqué la nariz fuera de casa, lo hice respetando, también melancólicamente, todas las directrices de nuestro – más o menos sabio – Gobierno.

La crisis ha sido vista como oportunidad de cambio, como otras anteriores. ¿Cree que seguiremos igual, o que al menos las personas más inteligentes habrán aprovechado para replantearse la vida?

Me temo que, paradójicamente, estamos atribuyendo poderes regenerativos a este virus. Nos decimos estas cosas para mantener la moral alta, y hacemos listas de buenos propósitos para calmar el miedo. Pero el planeta ya iba fatal antes y, una vez pasado el miedo, seguirá yendo fatal. Se necesitaría un cambio radical de sistema. Pero nos aterran tanto la enfermedad y la miseria, que el mayor riesgo es caer en manos de imbéciles.

Domenico Starnone
Domenico Starnone (Emilia Gutiérrez)

¿La situación no ha cambiado en absoluto su percepción del mundo y del futuro? Hemos visto comportamientos muy extremos, tanto entre los dirigentes como en la sociedad.

No. Sigo pensando, como antes, que estar vivo, gozar de buena salud y mantener la cabeza libre es maravilloso. Pero también creo que siempre hemos hecho, y seguiremos haciendo, un mal uso de esa suerte que nos ha tocado por azar. En resumen, antes lo veía irónicamente negro, y ahora sigo viéndolo irónicamente negro. El virus me parece simplemente la guinda de un pastel que ya se había estropeado.

En ‘El juego’ usted vuelve a tratar sobre la familia, como hizo en ‘Ataduras’. Cuando comentamos esa novela, usted me hablaba de los peligros de la familia. Entiendo que a su juicio la familia puede ser lo mejor y lo peor de nuestras vidas. ¿Lo más importante en todo caso?

En muchos sentidos, sí. No existe una historia que no empiece por una familia, que no pase por alguna familia, que no hable de su formación y descomposición. Y es que la familia es un contenedor en el que las virtudes y los vicios de los seres humanos se funden y se confunden. Además, todos los problemas del mundo pasan por ella: riqueza, miseria, desigualdades, lucha política, enfrentamientos religiosos, prejuicios racistas, sexo, perversiones, mezclas de lenguajes… De vez en cuando parece estar cerca de su final, pero desgraciadamente no es así.

Atribuimos poderes regenerativos al virus para mantener la moral alta”

Aquí nos habla de la vejez, en contraste con la infancia. Hay una relación de juego, cariño y a veces bronca entre el abuelo protagonista y su nieto. ¿También de aprendizaje mutuo?

Por supuesto. Abuelo y nieto irrumpen inesperadamente el uno en la vida del otro. En nuestras cabezas aparentemente ordenadas, la irrupción de lo inesperado es la forma de todo aprendizaje verdadero.

Se diría que el contacto con el niño lleva al abuelo a quitarse importancia y entender mejor la vida.

Cualquier interpretación es buena. Sin duda, el abuelo artista, al conocer a su nieto, pierde la certeza de su singularidad. Sin duda, el niño es el mensajero inconsciente de una noticia funesta: abuelo, yo te reemplazaré; haré grandes cosas; te borraré. El resto va como quiera el lector. Yo acentué la ambigüedad de la historia dándole dos finales: un final feliz, muy evidente; y otro más oculto, que de feliz no tiene nada.

En todo caso, ¿qué es para usted la vejez?

¿Quiere una respuesta sintética? La vejez es un lenguaje que pierde convicción, fuerza, poder de seducción, y se convierte en un refunfuño descontento.

La familia es un contenedor en el que las virtudes y los vicios de los seres humanos se funden y se confunden”

¿Se identifica con el personaje de la novela?

No, muy poco. El elemento de verdad que contiene esta historia viene de mi padre, que era un pintor de considerable talento. El resto es un invento alimentado por la angustia que me provocan la decadencia física y la muerte.

Llama la atención su perspectiva de las relaciones sentimentales. El yerno del narrador está loco de celos. Y él, en cambio, perdió a su esposa tras ignorar que le engañaba. ¿Cree que los hombres solemos ser necios y torpes en las relaciones amorosas?

Los hombres no lo sé, pero mis personajes masculinos sí. Son celosos pero infieles. Son desleales, pero se alarman por la deslealtad de los demás. Están muy centrados en sí mismos, por lo que, como el artista de El juego, viven distraídos por sus ambiciones; sin embargo, exigen toda la atención y se lamentan cuando descubren que otros han ocupado su lugar y que han sido traicionados. No creo que sean torpes en el amor. Creo que se aman sobre todo a sí mismos, en el otro.

La vejez es un lenguaje que pierde convicción, fuerza, poder de seducción, y se convierte en un refunfuño descontento”

En nuestra entrevista hace dos años, usted me dijo de pronto, sin que yo le hubiera preguntado: “¡Yo no soy Elena Ferrante!” Si ahora nos hubiéramos visto en vez de comunicarnos por email, ¿me lo habría repetido?

Sí. Lo de adelantarme yo a la pregunta con la respuesta lo hago siempre y a propósito. Sé perfectamente que, al final, el periodista me hará esa pregunta, como la está haciendo usted ahora.

Espero que lo entienda. La prensa italiana insiste mucho en el tema y de vez en cuando publica estudios comparativos que apuntan a usted o a su esposa (la traductora Anita Raja) como los que están detrás del pseudónimo Elena Ferrante. ¿Le enfada tanta perseverancia? ¿Le es indiferente? ¿Le divierte?

No, no me divierte. Pero tampoco ya me enfado. Ahora me resulta indiferente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *