'Los nadadores diurnos', «una misa laica con momentos de terror y belleza»

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Hace casi una década que se estrenó ‘Los nadadores nocturnos’, un aplaudido montaje de José Manuel Mora (autor) y Carlota Ferrer (directora), que dejó huella en la escena española reciente. No sorprende, por tanto, que aquella historia sobre una secta de personajes adictos a la natación nocturna tenga ahora su continuación, en una función, ‘Los nadadores diurnos. Salón de belleza’, que verá la luz el miércoles 8 en las Naves del Español. Repiten, lógicamente, autor y directora, y también Alberto Velasco, presente en ‘Los nadadores nocturnos’, y también en esta función. Le acompañan en escena la propia directora, además de Carlos Beluga, Julia de Castro, Juan Codina, agore González (autor también de la música original y del diseño del espacio sonoro), Manuel Tejera y Enrico Bárbaro JR, (que en la pieza anterior era el niño que aparecía en el vídeo con el que terminaba la obra).

Transcurre la función, como señala el título, en un salón de belleza, «pero también en las Naves de Matadero, o en cualquier teatro en el que se represente», especifica Carlota Ferrer. Regenta dicho salón el hijo del fundador de la Orden de Los Nadadores Nocturnos, que sobrevivió al incendio que acabó con ella. La paternidad, uno de los ejes de aquel primer montaje (junto al terrorismo), adquiere carta de naturaleza en éste. «La obra es un ajuste de cuentas con mi padre», confiesa José Manuel Mora; «se habla de la paternidad de una manera radical, cristiana; la obra habla también de Dios, y esto es una asignatura no resuelta».

Mora siempre escribe, dice Carlota Ferrer, «desde la autobiografía. Según ha evolucionado él, ha evolucionado su teatro. «El final de ‘Los nadadores nocturnos’ -dice el autor- era un discurso feroz, radical, de un niño sobre el funcionamiento del sistema político y social; algunos consideraban que ese final era optimista y luminoso, y otros que era terriblemente pesimista. En esa tensión entre luz y oscuridad, me pregunté -y lo hago todavía- si como autor me debía hacer cargo de las ideas de todos los personajes; hasta qué punto puede el creador hacerse cargo de la moral de los personajes. Y ese ajuste quedó pendiente».

Las obras, sigue Mora, no comienzan ni terminan, sino que se construyen lentamente en nuestro interior. ‘Los nadadores diurnos’ parte de un intento por reescribir y repensar el texto anterior, que tenía también que ver con desvelar las razones ocultas del texto anterior». Los personajes, dice el autor, son parias del progreso que están en un utópico y futuro salón de belleza donde se preparan para morir». «Son rapsodas de su propia historia -completa Carlota Ferrer-; no hay en la función una definición psicológica de fábula convencional. En la acumulación de historias, en este puzle que tejen entre todos, se hace un retrato de la sociedad o de una sociedad que tiene que ver con la de ahora, pero es también una ficción, que les lleva esta vez hacia una zona más espiritual».

Y es que, dice la directora, si en ‘Los nadadores nocturnos’ había una sed de violencia para cambiar el mundo, en esta función la situación es cómo aceptar la oscuridad para llegar a la luz desde un lugar no violento, en el que se juega con unas reglas de comunidad, y sobre todo de aceptación. Esta es una función con un ritmo ‘relajante’».

José Manuel Mora dice que la obra, que tuvo en su origen vocación de comedia, y donde ha colaborado con el poeta Manuel Forcano, puede ser «una misa laica con momentos de terror y belleza; de comedia han quedado retazos. Es un texto que nos invita a construir un lugar utópico donde nos podamos cuidar los unos a los otros».

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