Muere Quino, el padre de Mafalda

El dibujante de cómics Joaquín Salvador Lavado, conocido como Quino, ha muerto a los 88 años

¿Ha oído hablar del Ministerio de A-dónde-vamos-a-parar? ¿Le suena el palabro inseguricracia? ¿Se pregunta a sí mismo qué pasa con la dignidad cuando lee un cartel de Prohibido pisar el césped? ¿Piensa que la cuchara la inventó un cretino y la sopa, un depravado? Si la respuesta a todas estas preguntas es afirmativa, le acompañamos en el sentimiento: Joaquín Salvador Lavado, Quino, ha muerto.

El dibujante, seguramente el mayor genio que ha dado el humor gráfico en castellano, falleció este miércoles a los 88 años en Mendoza (Argentina). Suele creerse que había nacido allí, al otro lado del Atlántico, pero él mismo reconoció hace pocos años que lo había hecho en éste, en Fuengirola. La Guerra Civil lo empujó al exilio a los cuatro años con el resto de su familia. En cualquier caso, malagueño o mendocino, parece claro que fue justo en aquel trance cuando le nació la conciencia de «optimista histórico». Una actitud vital que supo usar para crear -por oposición- al personaje más icónico de la historieta argentina. Con ustedes, la filósofa con lacito con la que han crecido unas cuantas generaciones y por la que no parece pasar el tiempo: Mafalda.

Sus peripecias se han traducido a más de 30 idiomas, aunque eso apenas confirma el descomunal talento y la poderosa influencia de Quino, al que le infantilizaron el nombre para distinguirlo del tío ilustrador que precisamente le despertó la vocación de dibujante… y casi de activista social.

Porque Mafalda no es una niña cualquiera, sino una de seis años que llama a su madre «frustrada» y «mediocre» en la primera de las tiras que protagonizó entre 1964 y 1973. La misma que refunfuña frente al globo terráqueo, pregunta en clase de Geometría si después del pentágono van a estudiar el Kremlin y es capaz de analizar la guerra de Vietnam como si fuera un parto («Cuando los padres no saben cómo explicarte algo, seguro que hay una cigüeña de por medio»).

«A veces me sorprende cómo algunas de esas tiras dibujadas hace más de 40 años todavía pueden aplicarse a cuestiones de hoy», admitió Quino en 2014, cuando su hijita de papel cumplía medio siglo. A la edad a la que cualquiera se empieza a asomar a la vida con vértigo, aquella pequeña idealista y contestataria-algo así como la Greta Thunberg de la historieta, pensaríamos hoy- mantenía firmes sus convicciones en un mundo adulto que no le ofrecía ni media satisfacción y, para colmo, la obligaba a comer sopa. ¡Puaj!

Joaquín Salvador Lavado, Quino, en 2014.
Joaquín Salvador Lavado, Quino, en 2014.AFP

Quino la parió por encargo. Una compañía de electrodomésticos le pidió que crease un personaje que comenzara con M, la inicial de Mansfield. El caso es que la empresa quebró y Mafalda jamás anunció lavadoras, sino que habló con el lenguaje del tebeo de los excesos del capitalismo y de las aspiraciones de la clase media argentina en la época anterior a la dictadura militar. Siempre en compañía de una singular pandilla formada por Felipe, Manolito, Miguelito, Susanita, Libertad y Guille.

Heredero -según su propia confesión- del carácter trágico y el humor negro andaluz; artífice del toque latino, crítico y cínico a la vez, a la tiras de cómic americanas, Quino había decidido dedicarse al humor gráfico en 1949 tras abandonar los estudios de dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Mendoza que había iniciado cuatro años antes.

En 1954 se trasladó a Buenos Aires, donde firmó su primera colaboración en el semanario Esto es. A partir de 1957 publicó regularmente en medios como Rico Tipo, Dr. Merengue o Tía Vicenta. También hizo ilustraciones para varias campañas publicitarias.

Mafalda apareció por primera vez en Gregorio, el suplemento de humor de la revista Leoplánel 29 de septiembre de 1964 para pasar a publicarse regularmente en el semanal «Primera Plana» de Buenos Aires. Convertida ya en un éxito, comenzó a publicarse a partir de 1965 en el diario argentino El Mundo, en el que siguió apareciendo hasta el cierre de esta publicación, en diciembre de 1967. Al año siguiente, Mafalta y sus aventuras continuaron en el semanario Siete días.

Al mismo tiempo fueron apareciendo los libros de Mafalda, en los que se reunían las tiras según su orden de publicación. El primero de ellos salió a la venta en diciembre de 1966 y posteriormente vieron la luz: «Así es la cosa, Mafalda» (1967), «Mafalda 3» y «Mafalda 4» (1968), «Mafalda 5» (1969), «Mafalda 6 (1970), «Mafalda 7» (1971), «Mafalda 8» (1972), «Mafalda 9» (1973) y «Mafalda 10″(1974).

Pero no fue hasta 1969 cuando Mafalda se publica por primera vez fuera de Argentina, primero en Italia «Mafalda la contestataria»; y en 1970 en España, donde la censura franquista obligó a los editores a ponerle una franja en la tapa con la leyenda «para adultos».

Quino publicó su segundo libro de humor gráfico titulado «A mí no me grite» (1972) y el tercero, «Yo que usted» (1973).

El fin de Mafalda

Quino junto a Mafalda.
Quino junto a Mafalda.

En 1973, Quino decidió dejar de dibujar Mafalda, si bien luego recuperó el personaje en varias ocasiones. Así ilustró campañas publicitarias de UNICEF en 1978, de la Declaración de los Derechos del Niño, de la higiene bucal en Argentina en 1983 o para promover las primeras elecciones de los Consejos Escolares en España, en 1986.

En 1976 Quino se trasladó a Milán y tres años más tarde dejó «Siete días» para publicar en el diario «Clarín».

Galardonado con el título de dibujante del Año 1983 en Argentina, en esas fechas vio la luz su comendio «Ni arte ni parte» y en 1987 «Si, cariño…».

En 1989, para celebrar los 25 años de la publicación de la primera tira de Mafalda, se organizó la exposición «Mafalda Inédita» y tres años después, Madrid acogió una gran muestra titulada «El Mundo de Mafalda». En 1999 vio la luz «¡Qué mala es la gente! y al año siguiente ganó el Premio Iberoamericano de Humor Gráfico Quevedos, concedido por la Universidad de Alcalá de Henares en Madrid.

En los últimos años de su vida se dedicó principalmente a la pintura y a gestionar la difusión de sus dibujos. En 2009 anunció que dejaba de dibujar por un tiempo para evitar repetirse.

Recibió el Premio Princesa de Asturias de la Comunicación y Humanidades 2014 junto con los también dibujantes Francisco Ibáñez, creador de «Mortadelo y Filemón», y Albert Uderzo, coautor de «Astérix y Obélix», galardón al que había sido candidato en anteriores ocasiones.


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