Si avanzar gracias al progreso científico y tecnológico supuso dos guerras mundiales y, posteriormente, un sinfín de enfrentamientos bélicos provocados por las grandes potencias mundiales, políticas y económicas, que siguen hasta nuestros días —generando masacres y sufrimiento por doquier—, quizá sería bueno conocer y poner en práctica mensajes de paz y amor.

Se trata de reflexiones de escritores e intelectuales anteriores a las dos máximas expresiones del horror causado a la humanidad, más propio de bestias salvajes que de seres racionales, cultos y supuestamente “civilizados”.

A finales del siglo XIX, la literatura declara la guerra al Positivismo anterior, esgrimiendo la Belleza, como único objetivo del Arte. Hablamos de Modernismo.

Los artistas modernistas rechazan el crecimiento imparable de la industrialización, la masificación de las grandes metrópolis burguesas y los males que comporta: uniformidad, contaminación, enfermedades, explotación, enfrentamientos, injusticias, mentiras institucionalizadas como verdades.

Supieron ver que los Estados burgueses, en connivencia con la prensa y la publicidad, que subvencionaban, habían urdido un maléfico plan: suprimir el destino del héroe épico, producir grandes cantidades de pseudo cultura y de semi bienestar para lograr que millones de individuos se sintieran relativamente cultos y felices, y procurar distanciar del lector a los escritores que se apartaban de la mediocridad, proponiendo a los lectores un arte de consumo (best sellers, hoy).

La crítica, al servicio de los poderes públicos, aupó la mediocridad para desanimar a los verdaderos talentos, exaltó el estudio de las ciencias en detrimento de las letras y sometió las artes a los caprichos de la moda efímera”

En 1905, el poeta andaluz Juan Ramón Jiménez (Moguer,1881-Puerto Rico, 1958), Premio Nobel de Literatura (1956), acababa de regresar de Madrid donde había entrado en contacto con la Institución Libre de Enseñanza y con Francisco Giner de los Ríos, fiel personificación de los ideales pedagógicos de aquélla.

Eran unos ideales que consistían en el cultivo de la inteligencia (razón), de la sensibilidad (estética) y de la conciencia (ética), así como en fomentar la lucha por un ideal, para evitar hacer de la vida pura vegetación.

Tras la guerra civil, esas excelentes propuestas pedagógicas quedaron enterradas en el olvido hasta hoy.

Los dos amigos, Giner, el pedagogo, y J.R., el poeta, representan la oposición al materialismo, a la degradación, al cinismo, a los placeres vanos y frívolos, tan fomentados por la burguesía, clase social que asciende, gracias a la máquina y a la explotación.

Juan Ramón había afirmado que a los niños había que darles historias reales tratadas con sentimiento profundo, sencillo, claro y exquisito”

Y encontramos exactamente eso en ‘Platero y yo’, un canto elegíaco a los pueblos de la Andalucía rural de comienzos del siglo XX, con sus distintos estratos sociales, sus tipos, sus instituciones, sus tradiciones, sus paisajes… descritos con una estética y una ética ejemplares, para mostrar a niños y adultos cómo hay que vivir hoy y siempre.

Advertencia de Juan Ramón Jiménez en 'Platero y yo'.
Advertencia de Juan Ramón Jiménez en ‘Platero y yo’. (Fedekuki / Wikipedia)

‘Platero y yo’

‘Platero y yo’ lo conforma un conjunto de poemas líricos en prosa, de corte modernista, narrados en primera persona.

Surgido en Francia, el poema en prosa incluye al objeto y al sujeto, fusiona el paisaje externo con el interno, innovación fundamental de Baudelaire que seguirá Jiménez, en cuya obra abunda un lenguaje rico en símbolos, metáforas, adjetivos, personificaciones e imágenes, que convierten el texto, en sí mismo, en Belleza eterna.

Pero, a diferencia del poeta francés, Juan Ramón sitúa sus prosas en el ámbito rural, el pueblo, no sometido todavía a las presiones industriales de la ciudad masificada.

Los protagonistas de las prosas son el poeta y Platero, su alter ego, el burrito personificado, que va escuchando atentamente los comentarios del poeta, sus impresiones, sus recuerdos, sus sentimientos y emociones ante las escenas que van contemplando juntos.

El paseo por Moguer, el pueblo natal de Jiménez, se inicia en primavera, con una espléndida descripción física y “moral” de Platero: “pequeño, peludo, suave, de ojos de azabache, duros cual dos escarabajos de cristal negro. Tierno y mimoso igual que un niño, que una niña…, pero fuerte y seco por dentro. Lo llamo dulcemente: “¿Platero?” Y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal”.

Pero Moguer, en 1905, no era ya el próspero pueblo vinatero de la niñez ni la familia del poeta figuraba entre las más acomodadas”

En CXVII, J.R. evoca las dos casas en que vivió: La casa grande, la de la calle de la Ribera y la de la calle Nueva.

Para demostrarle su profundo amor, su leal amistad, el poeta ha dispuesto para el pequeño burrito todo cuanto puede hacerle la vida agradable (le procura una infancia feliz). Si se siente mal, le atiende el veterinario del pueblo, Darbón (XLI); duerme en la cuadra, resguardado de inclemencias, junto a Diana, la cabra, y el poeta le ha asegurado que, cuando muera, no irá al moridero, donde van los perros, caballos y burros a los que nadie quiere, como la yegua blanca, cuyo dueño la lleva al moridero, harto de darle de comer (CVIII).

Además, cuando muera, Platero será enterrado al pie del pino de la corona, el más grande de la región, junto a la vida alegre y serena, donde oirá eternamente la música de los pájaros cantores (XL): “Pienso en lo que habría sido del pobre Platero, si en vez de caer en mis manos, hubiera caído en las de uno de esos gitanos astrosos que pintan los burros y les dan arsénico y les ponen alfileres en las orejas para que no se les caigan. Gracias a Dios, él tiene una cuadra tibia y blanda como una cuna, amable como mi pensamiento” (CXIV).

Casa Natal de Juan Ramón Jiménez en Moguer.
Casa Natal de Juan Ramón Jiménez en Moguer. (Mc Tapia / Wikipedia / http://huelvapedia.wikanda.es/wiki/)

Moguer permanece en el sueño del poeta adulto como una isla espiritual caída del cielo, la edad de oro de las ilusiones infantiles, donde habitan Platero, el corazón del poeta (que son uno y lo mismo) y los niños con quienes juegan y se divierten. No se omite la crítica a la pedagogía (VI). Platero, que ya tiene cuatro años, no irá al colegio con los demás niños, el poeta quiere evitarle la aburrida memorización y los castigos punitivos que en ella se usaban como correctivos: largas horas de rodillas, azotes, grandes orejas de burro… “No, Platero vente tú conmigo. Yo te enseñaré las flores y las estrellas”.

Tampoco evita Juan Ramón, en XXIV, criticar la hipocresía de don José, el cura, que lanza palabrotas y guijarros a los chiquillos que le roban las naranjas de su huerta y a la hora de las devociones se muestra silencioso y pacífico. Y en LXXIV el poeta rechaza la marginación de que es objeto el negrito Sarito, al que la gente evita y los muchachos agreden. Sólo el poeta se muestra afable con él y Sarito, agradecido, acaricia a Platero, mirando noblemente a su benefactor.

En la prosa L, al poeta le llama la atención la bella flor del camino, que se mantiene erguida, a pesar de cuantos pasan por su lado (cabras, potros, hombres): “tan tierna, tan débil. Esta flor vivirá pocos días, Platero, aunque su recuerdo podría ser eterno. Será su vivir como un día de tu primavera, como una primavera de mi vida…)”.

Y en XVII, un niño tonto, también tierno y débil, “sentado en su sillita, mirando el pasar de los otros (…) niño alegre él y triste de ver; todo para su madre, nada para los demás”.

Platero se comporta como un niño, se duerme oyendo una canción que canta a su hermano la chiquilla del carbonero, en la puerta de la choza, XLIV.

“Yo trato a Platero cual si fuese un niño (…). Si el camino se torna fragoso y le pesa un poco, me bajo para aliviarlo. Lo beso, lo engaño, lo hago rabiar…Él comprende bien que lo quiero, y no me guarda rencor. Es tan igual a mí, tan diferente a los demás, que he llegado a creer que sueña mis propios sueños. (…) Sé que soy su felicidad. Hasta huye de los burros y de los hombres…”

En XII, cuando el poeta le arranca una púa de la ranilla que le dolía mucho, Platero, cojeando todavía, le sigue y le da suaves topadas en la espalda, mostrándole su agradecimiento y amistad.

Ambos son amigos de perros, pájaros, seres desdichados, enfermos o débiles”

Como en cierta ocasión (XXXII), cuando unos muchachos traidores habían puesto una red a los pájaros y un pobre reclamillo se levantaba involuntariamente “a sus hermanos del cielo”.

Plaza del Cabildo de Moguer con las esculturas de Platero y Juan Ramón Jiménez.
Plaza del Cabildo de Moguer con las esculturas de Platero y Juan Ramón Jiménez. (ArthurFerna / Wikipedia)

El poeta, montado sobre Platero, sube al pinar y allí hace mucho ruido, canta y grita, bate palmas, mientras el burrito, que le comprende, va rebuznando, hasta conseguir que los pájaros se vayan a otro pinar sin caer en las redes: “Platero, entre las lejanas maldiciones de los chiquillos violentos, rozaba su cabezota peluda contra mi corazón, dándome las gracias hasta lastimarme el pecho”. El mal existe y hay que combatirlo, como en XXXV.

También en CXIII, el poeta expresa la tristeza que produce la vejez para quienes han llegado a ella y para quienes la contemplan.

Incapaz de abandonar al burro viejo y moribundo que un amo desagradecido y cruel ha abandonado en el moridero, lleno de moscas, bajo un sol radiante, cojo de todas las patas, dando vueltas que sólo le conducirán a la muerte, el poeta no sabe cómo irse de allí: “Esta mañana miraba al poniente y ahora mira al naciente (…) ¡Qué traba la vejez, Platero! Ahí tienes a ese pobre amigo, libre y sin irse, aun viniendo ya hacia él la primavera (…) Ya lo ves… Lo he querido empujar y no arranca…Ni atiende a las llamadas…Parece que la agonía lo ha sembrado en el suelo”.

Y en LXXXI se habla de la niña chica, la gloria de Platero: Ella “pasaba una vez y otra bajo él, y le pegaba pataditas y le dejaba la mano, nardo cándido, en aquella bocaza rosa, almenada de grandes dientes amarillos (…) o lo llamaba con todas las variaciones mimosas de su nombre: ¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo! ¡Platerete! ¡Platerucho!” cuando cae enferma, nadie se acuerda de Platero. Ella, “en su delirio, lo llamaba triste: ¡Platerillo…!” La niña muere una tarde de “septiembre, rosa y oro”.

Tras el entierro, el poeta va al corral, y se sienta a pensar, con Platero”

Se detienen en un remanso (XXVIII), que el poeta contemplaba de niño y que despertaba en su imaginación elementos bellos: “escaleras de terciopelo, grutas mágicas, jardines venusianos, palacios en ruinas… todo pequeñito, pero inmenso, porque parece distante Este remanso, Platero, era mi corazón antes. Así me lo sentía, bellamente envenenado, en su soledad, de prodigiosas exuberancias detenidas. El amor humano lo hirió abriéndole su dique y corrió la sangre corrompida, hasta dejarlo puro, limpio y fácil, como el arroyo de los Llanos”.

Primera edición de 'Platero y yo' de 1914.
Primera edición de ‘Platero y yo’ de 1914. (Fedekuki / Wikipedia)

En XIX (“Paisaje grana”) se describen los distintos tonos que va desprendiendo la luz del ocaso “herido por sus propios cristales, que le hacen sangre por doquiera…y las hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman el instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa (…) Platero se va a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta (…) La tarde se prolonga más allá de sí misma, y la hora, contagiada de eternidad, es infinita, pacífica, insondable”.

En LXXIX, “entre los niños, Platero es de juguete ¡con qué paciencia sufre sus locuras!¡Cómo va despacito, deteniéndose, haciéndose el tonto, para que ellos no se caigan!¡Cómo los asusta, iniciando, de pronto, un trote falso…”

Una tarde de abril en que ha llovido, Platero ayuda a un burrillo más flaco y más pequeño que él, a sacar la carretilla encallada de una niña, rota y sucia, que lloraba impotente (XXXVII)”

En la prosa XXXIX, han puesto guapo a Platero: “¡Qué reguapo estás hoy, Platero! (…) Todo lo que es blanco y todo lo que es negro en ti luce y resalta como el día y como la noche después de la lluvia. Y Platero, lo mismo que un niño pobre que estrenara un traje, corre tímido, hablándome, mirándome en su huida, con el regocijo de las orejas…”

Véase también CXXVI, donde se describe la fiesta de Carnaval, cuando los niños, disfrazados de toreros, le han puesto un aparejo moruno a Platero. Llegados a la plaza, unas mujeres hacen corro en torno a él, riendo y cantando, y rebuznando los chiquillos, hasta que el burrito, sintiéndose objeto de burlas, rompe el corro y se va junto al poeta trotando y llorando: “Como yo”, dice el poeta, “no quiere nada con los Carnavales…No servimos para estas cosas”.

Los animales suelen recibir malos tratos de los hombres, rudos y crueles (XV): al potro “cuatro hombres lo tiran al suelo, se sientan sobre él y Darbón cumple su oficio, poniendo un fin a su luctuosa y mágica hermosura. Quedó el potro, hecho caballo, blando, sudoroso, extenuado y triste”.

En XXVII el guarda le dispara a un viejo perro sarnoso a quien todos gritaban y apedreaban”

“El mísero, con el tiro en las entrañas, giró vertiginosamente un momento, en un redondo aullido agudo, y cayó muerto bajo la acacia. Los eucaliptos lloraban”.

El poeta es feliz junto a Platero (LVII), lejos de la muchedumbre:

“Por los hondos caminos del estío colgados de tiernas madreselvas, ¡Cuán dulcemente vamos! Yo leo, o canto, o digo versos al cielo (…) Es como un día suave e indefenso, en medio de la vida múltiple (…). ¡Qué sencillo placer diario!”

En LXVIII: “un domingo nos hemos quedado solos Platero y yo. ¡qué paz! ¡qué pureza!¡qué bienestar! De vez en cuando, Platero deja de comer, y me mira…Yo, de vez en cuando, dejo de leer, y miro a Platero”.

En CXX se describe la impresión que causa al poeta y a su amigo contemplar las estrellas las noches frías de enero, mientras todos se encierran en casa: “De tantas como son, marean. Se diría el cielo un mundo de niños; que le está rezando a la tierra un encendido rosario de amor ideal”.

Obra de Platero realizada en bronce por el escultor León Ortega en 1963.
Obra de Platero realizada en bronce por el escultor León Ortega en 1963. (leife / Archivo Fundación Escultor León Ortega / Wikipedia)

Visitan el cementerio (XCVII) donde reposan los restos del padre del poeta y los de amigos, niños y animales queridos, que murieron”

En CIII, J. R. va mostrando a su amigo distintos rincones del pueblo: la viña, el río, las marismas, algunas mozas vestidas de negro, la fuente vieja, que “encierra en sí, como una clave o una tumba, toda la elegía del mundo, es decir, el sentimiento de la vida verdadera” (de la fuente interior mana la eternidad).

“Es la cuna y la boda; es la canción y es el soneto; es la realidad y es la alegría; es la muerte”.

Con la llegada del invierno, llegan la Navidad y los Reyes Magos (CXXII), noche de máxima ilusión para los niños, que ponen sus zapatos en el balcón y pasan la noche inquietos. El poeta se disfrazará de rey Gaspar, llevará barbas blancas y Platero será su paje: “El año pasado nos reímos mucho. ¡Ya verás cómo nos vamos a divertir esta noche, Platero, camellito mío!”

Una mariposa negra anuncia la llegada de la muerte (CXXXI y CXXXII). Platero está enfermo, moribundo, su médico le visita, no hay nada que hacer, el infeliz se va… A mediodía muere Platero: “la barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Por la cuadra, en silencio, (…) revolaba una bella mariposa de tres colores”.

Su alma está en el cielo, desde donde ve a sus amigos, a los borriquillos de las lavanderas, a los niños corriendo, y al poeta (CXXXIII)

Juan Ramón visita con los niños la sepultura de Platero, que está, tal como le había prometido, en el huerto de la Piña, al pie del pino redondo, que no deja de crecer: “¡Platero amigo! _le dije yo a la tierra_; si, como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado? Platero, dime, ¿te acuerdas aún de mí? Y, cual contestando mi pregunta, una leve mariposa blanca que antes no había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio”.

■ Lección de Inteligencia (se razona sobre el sentido profundo de la vida), de Estética (la Belleza, un dios eterno) y de Ética (La Bondad como actitud).

Retrato de Juan Ramón Jiménez hacia 1900.
Retrato de Juan Ramón Jiménez hacia 1900. (http://www.residencia.csic.es/jramon/cronologia/inicio.htm / Wikipedia)

Modernismo

Las características que presenta el lirismo moderno son, entre otras, la necesidad de encontrar una lengua original en que el poder de sugerencia expresivo recaiga sobre los términos y su poder de sugerencia y sobre las relaciones que mantienen entre sí.

Se trata de voluntad de hacer poesía en prosa con la brevedad propia de un universo cerrado cuyas partes contribuyen a configurar el poema como tal. Se potencian los silencios (espacios en blanco entre distintas estrofas).

Baudelaire escribe una poesía absolutamente moderna, de modernidad urbana, surgida de la vivencia de la ciudad (las paredes, siniestro cinturón del anchuroso cementerio que llamamos una gran ciudad) y expresó en el Salón de 1846 el tono huidizo de la Belleza.

Describe la realidad cotidiana (multitudes, parques, jardines, buhardillas, luces refulgentes, cafés, barracas de feria…) y la de los personajes sometidos al brutal imperio de lo cotidiano. Un mundo de parias, de solitarios, de marginados y “distintos”. El mundo de la diferencia y del aislamiento.

En Baudelaire, la vitalidad de la naturaleza sensible es constitutiva de placer”

Se trata de una fuerza expansiva siempre creciente como la luz, que intensifica el brillo de los colores, como la naturaleza del perfume.

Pero esa intensidad contiene el germen de la destrucción, el éxtasis de la vida conlleva implacablemente el horror de la vida.

La podredumbre y la degeneración son totalidades del placer y la obra que refleja eso es ‘Los paraísos artificiales’.

La trayectoria es: placer—acrecentamiento de placer—exceso de placer—horror de placer. La energía, la voluptuosidad, crea malestar y sufrimiento porque supone destrucción.

Retrato de boda de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí (Nueva York 1916).
Retrato de boda de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí (Nueva York 1916). (https://dublin.cervantes.es/FichasCultura/Ficha52079_16_2.htm / Wikipedia)

Si la energía se repliega sobre sí misma, el movimiento de la vida será solo entrevisto, pero nunca vivido, el instinto será felino, siempre dispuesto a saltar, pero sin hacerlo nunca y la mujer será el olvido del sueño, un Leteo carnal. Una de las tentaciones a las que más fuertemente se ve abocado el deseo baudeleriano es la muerte.

Baudelaire transforma la mujer en ídolo de Belleza, un dios ataviado de joyas y de ojos insensibles como la Naturaleza”

Existen tres vías de escape: la doctrina romántica, basada en la inspiración y defendida por Hugo en su Prefacio a Cronwell; la exploración del sueño y la exploración de lo patológico. Las dos últimas serán aceptadas por Baudelaire, que se adentrará en el “abismo interior”, una realidad sólo soñada.

Antes, la vía de conocimiento era la realidad, ahora se otorga realidad al sueño como capacidad cognoscitiva privilegiada, porque en el sueño el sujeto es dios: puede componer y descomponer el mundo a su antojo. Lo contrario a la vida no es ya un mundo paralelo, sino el ejercicio lúcido de la razón.

El lirismo moderno está vinculado a la vida urbana tanto en Baudelaire, como en Mallarmé y en Juan Ramón Jiménez”

Baudelaire alude a la ciudad con diversos términos peyorativos: lupanar, infierno, hospital, prisión, purgatorio, enorme ramera…, a pesar de lo cual le atrae, porque le brinda la posibilidad de gustar placeres exquisitos, reservados a los privilegiados capaces de gustarlos.

Multitud y soledad son términos equivalentes para el poeta, que, simultáneamente, puede ser él mismo y otro.

El poeta frecuenta los jardines públicos, lugares de encuentro de los lisiados de la vida, arrastrado hacia lo huérfano, lo entristecido y arruinado.

Reflexiona sobre las ancianas solitarias y le interesa contemplar el reflejo de la alegría del rico en el fondo del ojo del pobre.

Sabe que el niño es egoísta, que no comprende el dolor del adulto, por lo cual no puede ser su confidente.

Un buen consejo para no ser esclavos martirizados por el tiempo es emborracharse de vino, de poesía, de virtud, de cualquier cosa.

'Juan Ramon Jimenez', retrato pintado por Juan de Echevarría, 1918.
‘Juan Ramon Jimenez’, retrato pintado por Juan de Echevarría, 1918. (Zarateman / Museo de Bellas Artes de Álava / Wikipedia)

Juan Ramón Jiménez (1881-1958). Premio Nobel, 1956

“Arruinado y lejano, yo haré por ti, Moguer, en lo ideal, lo que no han querido hacer materialmente los que te han manoseado inicuamente, los arteros, los fantasmones, los egoístas…Te llevaré, Moguer, a todos los países y a todos los tiempos. Serás, por mí, pobre pueblo mío, a despecho de los logreros, inmortal”. (Segunda antología poética: 1898-1918)

Estas palabras corresponden al prólogo de un libro en proyecto dedicado a Moguer antes de su salida al exilio en 1936, libro que quedó inédito.

Juan Ramón Jiménez nace en Moguer una víspera de Navidad, en el seno de una familia acomodada que ya tenía tres hijos. Su capital económico pocedía de diversas empresas y fincas con viñedos y olivares: De la compañía Tabacalera, el tabaco; de la Compañía Trasatlántica, los buques; en Cádiz, negocios de minas; en Moguer, bodegas para la fabricación de vinos y coñac.

El padre, don Víctor, cosechero y exportador de un fino vino moguereño, que enviaba en el barco de la familia, fue un hombre sencillo que se casó en segundas nupcias con Pura, la costurera de su primera mujer.

Nació el poeta en una casa de la calle de la Ribera, balcón mudéjar, patio, todo coloreado por el azul del mar”

Después la familia se traslada tierra adentro, lejos del barrio marinero, a una preciosa casa en la calle Nueva, caracterizada por el rumor del agua del aljibe. Allí todo era bello: el jardín, el patio, la escalera de mármol, el balcón…

A pesar de contar con muchos amigos de su edad y del cuidado atento de sus padres, Juan Ramón gustaba de la soledad, la necesitaba.

Huelva, la capital, y sus mujeres, así como las que vestían de blanco, le inspiraban un especial atractivo. Se divertía con los chismes del pueblo, pero la escuela le aburría soberanamente, a pesar de lo cual obtuvo Sobresaliente en su examen de ingreso a la Enseñanza Media.

Juan Ramón cursó sus primeros estudios en el colegio del Ayuntamiento y estuvo interno en el colegio de jesuitas San Luis Gonzaga del Puerto de Santa María (Cádiz), desde 1893 hasta 1896, una experiencia reflejada en ‘Domingos’.

En aquel colegio inmenso no se podía hablar de novias ni de tonterías, porque las pequeñas travesuras se castigaban.

Había que mortificar el cuerpo para salvar el alma y las clases resultaban tan aburridas como las del colegio de Moguer, razón por la cual el poeta se dedicaba a pintar y a dibujar. Aunque adoraba a la Virgen moguereña, la de las romerías, pronto se dio cuenta de que los jesuitas rendían culto a otra, la Inmaculada Concepción, símbolo de pureza y castidad.

En el colegio de los jesuitas conoció a los autores clásicos y estudió francés mediante una antología de textos, de entre los cuales le impresionó el ‘Viaje a España’ de Gautier, cuyas descripciones le recordaban las tardes y los tonos moguereños.

Alumno juicioso, dócil y disciplinado, estimado por sus profesores, aborrecía las clases de catecismo y llegó a considerar esos tres años de internado como la causa de su obsesión por la muerte y por la carne, y de su ansia incomprensible de pureza. Hablaba de “un colegio grande y frío” y de los jesuitas como “los hombres negros”.

Al dejar el colegio aparece el primer amor: Blanca Hernández Pinzón, amiga de la familia, de buena posición social y cultural”

Blanca será su novia preferida, porque él coqueteaba con varias. Por esas fechas realiza paseos cabalgando sobre “Almirante”, caballo al que cogió un cariño desmedido.

Desde los días del internado, Jiménez sufría la crisis de la adolescencia: se volvió irascible, mortificaba a su madre, discutía con todos y se dedicó a cazar, entusiasmado por las escopetas. Como posteriormente aquellos años le parecieron horribles, poetizaba sobre ellos sosteniendo que cazaba pájaros para tener el cielo en las manos.

Zenobia Camprubí , esposa de Juan Ramón Jiménez.
Zenobia Camprubí , esposa de Juan Ramón Jiménez. (ALIANZA EDITORIAL)

El curso 1896-97 lo pasó en Sevilla, en cuya Universidad se matriculó de Leyes, carrera por la que no sentía inclinación alguna. En Sevilla consiguió una segunda novia, la portorriqueña Rosalina Brau, mayor que él. Paseaba y disponía de mucho tiempo.

Estudió dibujo y en el Ateneo sevillano descubrió a los poetas gallegos, Rosalía de Castro y Curros Enríquez y al catalán Jacint Verdaguer. Así fue como perdió su entusiasmo por la pintura y se dio a la escritura, a los quince años, tal como confesó.

Sus primeros escritos fueron en prosa”

Destaca ‘Riente cementerio’, una alegre y sensual descripción del cementerio de Moguer, el canto a la vida de un adolescente, una vida generosa que incluye la muerte, y el canto al amor como afán sensual y erótico.

La experiencia universitaria no le satisfizo. En clase de Literatura sostenía que Darío era mejor poeta que el consagrado Núñez de Arce: lo echaron de clase. Como consecuencia, a fines del 97 estaba de nuevo en Moguer, enfermo y sin poder trabajar.

Se dedicó a escribir y a publicar en periódicos de la región, y leyó a los poetas románticos, de entre los cuales quedó fascinado por Heine.

Seguía atraído por el cementerio moguereño, que le inspiró sus primeros versos becquerianos, y, afectado por blancas” (las de los jóvenes como el autor) se soñaba muerto y sentía un morboso deseo de besar los cadáveres de los niños.

Hacia 1898 su padre quedó paralizado, víctima de una enfermedad coronaria, situación que le produjo al poeta una pena inmensa”

Varios temas aparecen ahora en su poesía: la vejez, la visión lírica de la naturaleza, la música (asistía a casa de unos parientes donde tocaban músicos traídos de Sevilla).

Empezó a sentir predilección por aquellos poetas que le cantaban a la noche, como Musset, y, no despertaban su interés los sobrevivientes de la generación posromántica admirados por los mayores, Campoamor y Núñez de Arce.

Los mejores poetas del momento eran dos coloristas andaluces, Manuel Reina y Salvador Rueda, en cuyos versos predominaban, las luces, la cadencia, las frases evocativas, la musicalidad.

Rueda, verdadero lazo de transición para la nueva poesía de metros nuevos, se carteaba con Jiménez, a quien no le gustaban tanto los versos de Rueda como los de Rosalía de Castro o Verdaguer, que le llegaban más hondo que Darío.

En marzo de 1899 se enteraron en Madrid de que por Huelva había un poeta nuevo, porque Juan Ramón se atrevió a mandar una de sus poesías largas, ‘Nocturno’, a ‘Vida Nueva’, publicación madrileña independiente, de carácter moderno, de corta duración (1898-1900) y donde habían colaborado hombres notables como Castelar, Blasco Ibáñez, Mariano de Cavia, Menéndez Pelayo, entre otros.

Siguió mandando poemas, entre los cuales “la guardilla”, inspirado por el proceso de los presos de Montjuïc, proceso que le proporcionó temas de rebeldía romántica.

Esta poesía de tema social tuvo mucho que ver con unas traducciones de Ibsen que le encargó el director de la revista, así como una respuesta nueva ante la muerte, expresada como rebelión y deseos de seguir existiendo.

Entre la sociedad de Moguer, vulgar, sin ideales y desmedidamente materialista, Jiménez no encontraba hombres de letras. Por “Vida Nueva” había entablado correspondencia con Francisco Villaespesa, delantero de todos los ismos de la época, muy influido por Darío y los poetas americanos modernistas que leía en revistas llegadas de América.

La lectura de la poesía nueva no influyó positivamente en Jiménez porque le apartó de su mejor estilo, el de los romances”

Antes de cumplir los dieciocho años apareció en ‘Vida Nueva’ “Las amantes del miserable”, cuyo tema, expresado a la manera romántica, colorista y modernista, iba revestido de un sensualismo desmedido: muerte y soledad, las amantes del miserable, le llevan a la muerte en el deleite de la posesión.

Los amigos de Jiménez se aprendieron el poema de memoria y Villaespesa le escribió una tarjeta postal invitándole a ir a Madrid, tarjeta que también firmó Darío, quien, llamándole “hermano”, le invitaba a ir a Madrid a “luchar por el Modernismo”.

Este hecho fue decisivo para el poeta, le llenó de entusiasmo. Llevaría su libro manuscrito “Nubes” que contenía casi todo lo escrito hasta la fecha y representaba todas las corrientes poéticas del postromanticismo de fines del XIX: poesía sentimental subjetiva, esencialmente lírica; poesía de inspiración popular; poesía de tema ideológico, de preocupación social y de inquietudes religiosas; poesía nueva colorista; poesía modernista musical

Mi adolescencia cayó en tentación… y vine a Madrid; por primera vez, en abril del año 1900, con mis diez y ocho años y una honda melancolía de primavera”

Juan Ramón llegó a Madrid un Viernes Santo. Llovía y la ciudad le pareció fea. Le esperaban en la estación Villaespesa, Rueda y un grupo de escritores que él no conocía, seguidores de Darío, que llevaba dos años en España y a quien Jiménez conoció en las tertulias (ambiente que le repuganba) de los modernistas, junto a Benavente, Valle Inclán (en Madrid desde 1895), Baroja, Azorín, los grandes escritores del momento.

Villaespesa servía de paje al admirado Darío, Valle lo leía, lo citaba y le copiaría, Benavente le admiraba.

Los poetas jóvenes, hermanados con el políglota, cosmopolita y decadente Darío, el modernista ideal, recibieron del maestro todas las novedades poéticas de fuera, cuando su poesía estaba cargada de cosmopolitismo y de espíritu francés, algo que Unamuno no supo ver ni apreciar.

El poeta español Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura 1956.
El poeta español Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura 1956. (FOTO CIFRA GRAFICA)

Villaespesa y Jiménez recorrieron juntos todo Madrid, llevando una vida loca, rica, soñando con la inmortalidad, y Juan Ramón, con los sentidos abiertos por primera vez a los colores del mundo, se sentía un dios ansioso de gloria.

Como corresponsal del diario “La Nación”, Darío hubo de marchar a París para asistir a la Exposición Universal de 1900, razón por la cual Jiménez se aburría en Madrid y decidió marchar a Moguer a finales de mayo. ‘Almas de violeta’ y ‘Ninfeas‘ (prologado por Darío), sus primeros libros de poemas, impresos en tinta violeta y verde respectivamente, mostraban poemas eróticos sobre la carne, y otros que lloraban por el ideal perdido. ‘Ofertorio’ representa el conflicto entre el modernismo hispanoamericano y el español.

También en España se apreciaba en los melancólicos poemas de Juan Ramón, angustiado en la carne y angustiado en el alma”

La temática de los poemas modernistas de Juan Ramón gira en torno al amor que ha perdido su primer encanto (expresión sublimada de lo erótico en Darío), la vida y la muerte. Jiménez no supo soslayar la pasión sensual y, al exteriorizarla, sus versos se volvían morbosamente eróticos y se malograban.

La sensualidad afecta la visión interior oscura que se identifica con la de los sentidos, pero en el proceso se pierde el idealismo, por lo cual el alma llora.

Es decir, el contacto con el modernismo le muestra el papel de la sensualidad en la poesía nueva, una sensualidad ahora rebuscada que se manifiesta en una poesía perceptiblemente excesiva que le produce nostalgia de un idealismo extraviado.

Juan Ramón se declara partidario del simbolismo, reiterando su preferencia por las sensaciones sobre las formas gramaticales y considerando suprema la frase de Hugo: “L’art c’est l’azur”

Cuando Jiménez regresa a Moguer, su padre había empeorado y el poeta solo hallaba consuelo en la escritura, pero sus tensiones nerviosas aumentaron con la muerte del progenitor, acaecida repentinamente, una noche de julio. Esa y las restantes se convirtieron en una pesadilla.

Superando su crisis, decidió colaborar en “Electra”, una nueva revista modernista preparada por Villaespesa y los hermanos Machado, ausentes de España durante la estancia de Jiménez en Madrid.

En “Electra”, publicada semanalmente, colaboraron Rueda, Valle Inclán, Baroja, Azorín, Villaespesa, los Machado y dos amigos del grupo: Unamuno y Ramiro de Maeztu, entre otros.

Por esas fechas, Juan Ramón veía en la niña, simultáneamente, a la mujer, abismo carnal, y a la virgen, cuya pureza le obsesionaba. Asociaba la pureza con la muerte, como en tantos de sus poemas sobre la muerte blanca.

El desasosiego y su obsesión por la muerte alarmaron a su familia, a las amistades y al pueblo. Y en mayo de 1901 Juan Ramón salía de Moguer con destino a un sanatorio francés, donde se enamoraría de Francina, la institutriz del médico que le trataba, en cuya biblioteca leyó a los simbolistas: Baudelaire, Verlaine, Mallarmé y a los italianos d’Annunzio y Carducci.

Él volvió a identificarse con la poesía española sencilla, sugestiva, vaga, misteriosa como la de Bécquer y los poetas del litoral, que tanto le impresionaron”

A partir de los primeros libros, de carácter marcadamente erótico y artificioso, nuevos refinamientos disimulan el sensualismo. Y en Francia, la poesía de Juan Ramón va adquiriendo una natural delicadeza simbolista, los tonos del paisaje se suavizan y el poeta corrige su anterior obra escrita para incluirla en ‘Rimas de sombra’, desechando los morbosos y apasionados poemas de ‘Ninfeas’.

Suprime exclamaciones, interrogantes, mayúsculas, títulos, dedicatorias sentimentales… Rechaza, pues, los poemas pseudomodernistas.

A pesar de haber leído a los simbolistas franceses, sus pensamientos estaban con la poesía nacional y con Bécquer, el más simbolista de los poetas españoles. Como aquél, Juan Ramón distinguía dos tipos de poesía:

— fruto divino, unión del arte y la fantasía, hija de la meditación, que habla a la imaginación, representada por Darío, y

— la que brota del sentimiento y la pasión, seca, natural, breve, que brota del alma.

En el sanatorio francés, donde J. Ramón cumplió los 20 años (1902), tuvo relaciones carnales que luego, en España, le parecieron pecaminosas”

Esos recuerdos le obsesionaron, creándole un conflicto personal que afloraría en su obra poética.

Ya en Madrid, permanece interno en el sanatorio del Rosario, desde donde la capital parecía otra cosa: el ocaso era de oro y la luna llenaba el campo de luz.

Fue allí donde se enamoró de las monjas, en las que veía a la mujer buena, la madre, la hermana, la novia, la niña. Santas, a veces, pecadoras, otras.

Sufriendo su crisis personal y religiosa, se debatía entre los impulsos perversos y los deseos de pureza.

Su afición por las novicias se hizo célebre y acabaron por enviarle una monja mayor, que a él le pareció viejísima. Sufrió nuevas crisis cuando supo que a una hermana la habían trasladado a otro centro.

Le apoyaba la familia del doctor Simarro, el cual le llevaba a visitar la ILE. Veraneando el matrimonio Simarro fuera de Madrid, J.Ramón busca el apoyo de los sacerdotes del sanatorio, que le defraudan por su grosería y falsedad. Solo piensan en satisfacer sus apetitos: comida abundante, bebida, mujeres…

Él había aprendido con los jesuitas que el ascetismo y la pureza eran ideales cristianos, y aquellas experiencias le dolieron y le dejaron huellas profundas, que contribuyeron a acrecentar su anticlericalismo.

Los amigos escritores le visitan: Manuel Reina, ya muy mayor, Valle Inclán le lleva su ‘Sonata de Otoño’, Rueda, disfrazado de albañil, Villaespesa, Benavente y Martínez Sierra.

Gracias a ellos salió ‘Rimas’ en 1902. Aparece la revista Helios en 1903 con el soporte de Darío, que se halla en París. Pero su duración fue otra: solo salieron 14 números.

La amistad con Darío seguía. Se carteaban y se contaban sus respectivas crisis. Darío, 14 años mayor, estaba totalmente desengañado del mundo (¡a los 36 años!).

Rodeado siempre de médicos, J. Ramón abandonó el sanatorio y, gracias a la amistad con el matrimonio Martínez Sierra, cultivó amistades de todo tipo.

Frecuentaba tés, comidas, tertulias, mujeres hermosas y se relacionaba con hombres de letras, como Sawa, entonces hombre culto y excelente recitador de Verlaine”

Frecuentaba el cementerio con Simarro, que había perdido a su mujer, pero Madrid le resultaba insoportablemente feo y sus crisis no cesaban.

En la revista Helios aparecieron tres obras en prosa poética, de gran lirismo: misterio, sensualidad, muerte, niños, poetización de sus vivencias reales (la novia francesa, las novicias), y en 1903 publica ‘Arias tristes’, la primera gran obra del Modernismo español, que recoge poemas escritos en la época del sanatorio del Rosario.

Los temas son el amor por las novicias, la admiración por el paisaje y el miedo a la muerte. Poesía y música se identifican debido a la influencia de Verlaine y del simbolismo francés.

La visión de la mujer es más madura: insiste en la carne y el cuerpo. Darío veía en esos poemas la Andalucía del desconsuelo y de la muerte, lejos del folklorismo tópico.

‘Jardines lejanos’ (1904), en octosílabos de rima asonante, gira en torno el paisaje y la nostalgia de la carne. Los jardines, reales, están poblados de apariciones, sombras de mujeres, las mismas que en Arias tristes: la pura, como las monjas o las novias adolescentes, y la impura, como Francina.

Por esas fechas Jiménez había publicado en varias revistas y periódicos: ABC, Electra, Madrid Cómico, Blanco y Negro, El País, Alma Española, Helios….

Cuando el doctor Simarro enviudó (agosto de 1903), se instaló en su casa”

Simarro era entonces un distinguido científico de 50 y pico. Maestro y discípulo frecuentaban la ILE desde 1902, institución que llevaba 25 años funcionando bajo la influencia del Krausismo que aporta a España la nota de angustia del yo ante el mundo, la inquietud de tipo religioso, aliada con el pesimismo de Schopenhauer.

Angustia e inquietud presentes en la poesía de Juan Ramón en esa época.

Perfil de la Lectora Experta

María Dolores Cano Menéndez

Filóloga y Humanista.

¿CÓMO PUEDO PARTICIPAR EN LA COMUNIDAD DE LA VANGUARDIA?

¡Participa!

¿Eres experto en alguna materia?

Si eres experto en alguna materia y quieres compartir tus conocimientos y experiencias con el resto de lectores, explícanoslo enviándonos un e-mail a participacion@lavanguardia.es (es importante que indiques en el asunto ‘Lectores Expertos’). Incluye tus datos personales y un breve currículum relacionado con tu actividad experta. El equipo de Participación de La Vanguardia se pondrá en contacto contigo para recoger tus consejos que quieras compartir con el resto de lectores.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *